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La felicidad del hogar…¿y la de ellas? – El Sol de Tlaxcala

La limpieza y el orden son esenciales en el desarrollo de las sociedades para garantizar, entre otras condiciones, la salud y el bienestar de las personas tanto en la vida privada como en instituciones y empresas, pues sin ella es impensable lograr desarrollo pleno de potencial, productividad y rendimiento.

De hecho, un espacio limpio y ordenado influye directamente en la salud mental y nos hace sentir más seguros y felices. Los espacios caóticos y sucios generan cortisol en el cerebro, aumentando así el nivel de estrés.

Sin embargo, el valor de la cultura de la higiene es distinto en diversas partes del mundo. Por ejemplo, una costumbre que se practica en Japón, Finlandia o Alemania, pero no en España, Italia ni Latinoamérica es dejar el calzado en la entrada del hogar evitando, así, la entrada de bacterias en las estancias de la casa.

En Japón, país que se caracteriza por la limpieza y el orden, esta cultura tiene relación con una parte central del budismo y el sintoísmo. En el budismo, las tareas diarias como limpiar y cocinar se consideran ejercicios espirituales, tal como la meditación.

Los niños nipones, desde primaria hasta secundaria, tienen destinado una parte del horario escolar a la rutina de la limpieza. De esta manera, desde la infancia se está inculcando la relevancia del aseo y la pulcritud personal, no solo dentro de las casas sino también en los espacios públicos de los que hacemos uso.

En 1988, se declaró el 30 de marzo como el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. A diferencia de otros países donde limpiar enaltece, en general, en México limpiar degrada; es un trabajo que se deja fundamentalmente a las mujeres y que en general no se remunera, aunque el trabajo de cuidados y labores del hogar equivale al 26 % del Producto Interno Bruto.

En diciembre de 2019 el senado de la república ratificó el Convenio 189 de la Organización Mundial del Trabajo, que reconoce el trabajo doméstico remunerado como uno con derechos laborales y establece medidas para impedir el abuso y la explotación hacia este sector. Sin embargo, la realidad nacional está muy alejada de ese propósito; de acuerdo a Inegi:

Al cuarto trimestre de 2022, 2.5 millones de personas de 15 años y más -el 4.2 % de toda la población ocupada- se dedicaban al trabajo doméstico remunerado. De estas, 9 de cada 10 son mujeres. De los 37.3 millones de hogares en el país, 4.3 % (1.6 millones) contrató trabajadoras o trabajadores domésticos: 96.2 % lo hizo bajo un esquema de «entrada por salida» y 3.5 %, como «de planta». A un 0.3% se le contrató bajo ambos esquemas.

Del total, ocho años es el promedio de escolaridad y 5.4 % no cuenta con instrucción alguna. El 92.8 % de las trabajadoras del hogar perciben hasta dos salarios mínimos mensuales. El ingreso promedio fue de $3,829 pesos mensuales; $3,767 para mujeres y $4,399, para los hombres. La brecha salarial asienta sus reales contra la mujer.

El 90% carece de seguridad social; su carencia se manifiesta más en las mujeres que en los hombres. Un tercio están excluidas de las legislaciones sobre protección de la maternidad, con lo que el embarazo significa para muchas de ellas pérdidas de ingresos o incluso de su trabajo. El 97 % no cuenta con acceso a instituciones de salud y solo 8 % tuvo vacaciones con goce de sueldo. El 72.6 % no contó con prestaciones laborales. De este porcentaje, 74.0 % correspondió a mujeres y 59.6 %, a hombres.

Tender cama, enseñar a las y los niños a limpiar y aprender a ver la limpieza y el orden como gozo y no como carga, como algo que enaltece y no que avergüenza, permite instalar conductas como la disciplina, la resolución pacífica de conflictos y el respeto entre nosotras y nosotros. Falta mucho pero se inicia como en toda problemática social, visibilizando. Por lo pronto aprendamos a valorar el trabajo de quienes son para muchas personas la felicidad del hogar. Podríamos comenzar por preguntarnos si nosotros contribuimos a su felicidad. Francamente, a la luz de la realidad, lo dudo mucho.

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