El pasado ocho de marzo, las mujeres en Tlaxcala iniciaron bien sus protestas con una marcha civilizada, pero terminaron mal ante la filtración de personas que pretenden obtener derechos con extrema violencia.
Cierto, no fueron todas, sólo integrantes de grupos radicales quienes, amparadas en el anonimato, es decir, portando cubrebocas (aprovechando la pandemia por coronavirus), pañuelos o pasamontañas para no ser identificadas, descargaron su ira contra todo lo que se les puso enfrente.
O qué sentido tiene que pateen paredes, pintarrajeen –con aerosol de distintos colores- monumentos históricos, agredan a las personas que nada tienen que ver con sus demandas o se enfrenten a golpes con los policías.
¿De esa forma lograrán sus derechos? ¿Con esa actitud tendrán equidad e igualdad de género?
Olvidan que la violencia genera más violencia. Con actitudes de una minoría que curiosamente siempre aparece en las protestas y provoca desmanes, la mayoría de las mujeres pierde el respeto, hasta ahora lo ganado, ante una sociedad dominada por los hombres que por fin, aunque a regañadientes, está reconociendo que deben tener más espacios laborales, mayores ingresos económicos, no ser marginadas, golpeadas y humilladas.
Sin duda, han padecido por años a un machismo exacerbado, pero ahora que han ganado terreno en todos los sentidos, muchas de ellas, en el hogar, en el trabajo y ante la sociedad, se han convertido en controladoras.
Explico: Haber vivido en el pasado con una baja autoestima, maltrato o desvalorización de la familia o pareja sentimental, les permite creer, lo que no debería ser, que son superiores a los hombres y que esa ira les da derecho a golpearlos o provocar destrozos en edificios públicos con la garantía de que son intocables y ninguna autoridad actuará en consecuencia.
La pared, un inmueble, un vidrio y un objeto como un anuncio vial o un semaforo, ¿qué culpa tienen de ese pasado de violencia que enfrentaron por décadas?
Lo ocurrido el pasado miércoles en la entidad dejó un mal sabor de boca para este movimiento feminista, que no solo ha cobrado fuerza, sino que está enfocado a lograr que todos –mujeres y hombres- sean iguales con los mismos derechos y obligaciones.
Lo más grave es que en una marcha de mujeres varios hombres hayan quebrado piedras y ladrillos de los jardines del Zócalo capitalino para, junto con algunas quejosas, arrojarlos a las instalaciones de Palacio de Gobierno. Los daños están a la vista, aunque, a diferencia del año pasado, no lograron grafitear la sede del Poder Ejecutivo porque fueron contenidas con una valla de acero que nunca pudieron derribar.
Pero, de verdad, ¿les satisface que ante la lucha de sus derechos las autoridades les cierren los accesos de las oficinas gubernamentales por el temor a que provoquen destrozos?
Estudiosas en la materia observan que las mujeres han vivido con falta de modelos pacíficos y asertivos en la infancia y adolescencia y, por el contrario, muchas han crecido y participado en escenarios familiares y sociales agresivos que se van asimilando como un estilo de comportamiento.
En el Día Internacional de la Mujer, no solo en Tlaxcala, sino en casi la gran mayoría de los estados del país, muchas mujeres “golpeadoras” creyeron que lo que hicieron estuvo bien aún a sabiendas de que, con sus acciones, demeritan un movimiento que cada vez ha logrado más espacios en todos los sectores de la sociedad.
De qué sirve que más tarde haya un arrepentimiento si en el momento en que se sienten libres –amparadas en la ley y en anonimato- hacen y deshacen sin poder controlar sus impulsos.
Lo de la semana pasada merece una profunda reflexión de las mujeres ante la vida, sobre todo de quienes presumen ser líderesas de grupos feministas, pues se han hecho de “la vista gorda”. No tienen argumentos serios para explicar lo sucedido.
Es tiempo de poner fin al “sólo queremos respeto”, porque así como cada año suben de tono sus agresiones, no tardará el día en que las protestas se salgan de control. Derecho sí, violencia, no. Al tiempo.