A partir de la llegada de Trump, la política estadounidense se ha estancado en una competencia entre los más entusiastas por la democracia liberal y los radicales que refugian los discursos de odio, xenófobos e incluso apolíticos que el trumpismo colocó en el escenario político.
El asunto interesa en el mundo dado que se entendía al país norteamericano como el arquetipo de democracia liberal en la que el surgimiento de discursos de odio sostenía baja probabilidad. Además, en el caso de México la política interna –las elecciones por definición– están en el foco de atención dado que determina la política exterior del país vecino y porque se ha usado a la población migrante (mexicanos y en general latinoamericanos) como un eficaz enemigo público en términos electorales.
En este contexto, resalta la importancia de las elecciones intermedias estadounidenses realizadas hace unos días. Inicialmente se vislumbraba un escenario negativo para los intereses del Estado mexicano, destacan algunas características de tales ejercicios prospectivos: el triunfo del Partido Republicano y en consecuencia su control tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes y la puesta en escena del discurso trumpista anti-México.
Tal escenario determinaría, a pesar de que la Presidencia de Biden proviene del partido democrática, un clima político propicio para que los “republicanos” impulsaran presión para cambios rotundos en la política exterior, la relación bilateral con nuestro país y posiciones más fuertes en las negociaciones comerciales que aún tienen lugar en el marco del T-MEC.
Ese es el argumento que justifica la preocupación de los resultados electorales estadounidenses desde México. Sin embargo, algunos analistas han sucumbido ante la paranoia por lo que el triunfo trumpista significaría; han imbuido a los procesos electorales en dinámicas permanentes de tensión e incertidumbre por colocar la probabilidad de que los resultados signifiquen –en sí mismos– el fin de la democracia liberal. Es la exageración total, una hipérbole, como si las democracias –si se entienden de manera amplia no solamente como régimen político sino como un conjunto de instituciones y dinámicas políticas y de vida– tuvieran un interruptor que se mueve en opciones binarias de “on” y “off”.
Es cierto que dadas las características narrativas contemporáneas en las que el Partido Republicano ha militado parecen ser dañinas para los intereses de México e incluso para algunos sectores poblacionales en EUA. No obstante, el desmantelamiento de la democracia en dicho país sería un problema de otras dimensiones. Sería un escenario catastrófico –para el discurso de la democracia en el mundo– y para los países que enfrentan dependencia de la estabilidad de EUA.
Por el momento, las elecciones intermedias recientes son un aliciente de la competencia democrática, además refutan –una vez más– la confianza de los ejercicios de encuestas electorales y de construcción de escenarios futuribles. La tensión entre demócratas y republicanos no está resuelta, pero al menos el poder conservó su faceta democrática de fijación de controles dado que el bloque demócrata parece que conserva una proporción de fuerza política que le permite apoyar al actual presidente y refutar o negociar con las posiciones más extremas del trumpismo.
En el corto plazo, es previsible que, dado el crecimiento de los republicanos, el espacio de la opinión pública comience a retomar el discurso radical que descoloca o pone en tensión el equilibrio democrático. Pero el juego político mantuvo los contrapesos.
Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz
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Inicialmente se vislumbraba un escenario negativo para los intereses del Estado mexicano, destacan algunas características de tales ejercicios prospectivos: el triunfo del Partido Republicano y en consecuencia su control tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes y la puesta en escena del discurso trumpista anti-México.